miércoles, 15 de julio de 2015

2000




Vuelvo a estar de celebración. Esta es la columna número 2000, según marca el ordenador. 16 años escribiendo en este periódico. Son cifras que me producen cierto vértigo pues, por una parte, desconocía que tuviera 2000 cosas que contar y que fuera capaz de ponerlas en un papel; por otra, porque el tiempo ha pasado a la velocidad de un cometa. Un parpadeo y volaron 16 años.
Los que me honran con su lectura saben cómo llego a la 2000: anímicamente herido de gravedad, afectado tras haber cruzado la frontera del medio siglo, llorando la ausencia de mi padre y preocupado por los que quedamos aquí, un tanto maltrechos. Pero, aunque más espaciadamente, aún con ganas de sentarme a escribir. Y seguramente menos actual y más sentimental, poniendo distancia con la realidad para buscar refugio en el fondo de uno mismo.
Sé que he de recuperar el paso, retornar a la realidad y desenterrar el humor. Pero lo cierto es que me ha sorprendido la respuesta recibida ante la temática personal e intimista hacia la que he derivado en esta última etapa, por los motivos ya conocidos. Son muchos, más de los esperados, los que me manifestaron agradecimiento y comprensión, los que reconocieron haberse emocionado, los que sintieron propias las líneas escritas. Los que cuidan a su madre enferma, la que enviudó, el nieto que se quedó sin abuelo, la que ya no tiene a su lado a su hermano del alma, viven unas experiencias interiores únicas y, a un tiempo, comunes. Y, según me cuentan, las vieron reflejadas en mis palabras; unas palabras surgidas desde lo más hondo del corazón. Sepan ustedes que hay pocas cosas más gratificantes para el que escribe que apreciar que es capaz de conectar en ese nivel de intimidad con el lector.
Quién sabe; quizá ya hay suficiente actualidad y opinión política en un periódico y es posible que exista un sector de lectores que busca algún rincón más personal. Lo cierto es que, a día de hoy, siento que teclear acerca de mis cosas, sobre lo que me duele y me alegra, de mis sentimientos a menudo confusos, me satisface mucho más que sacarle punta a las noticias diarias. Para eso ya hay muchos y competentes columnistas. En fin, como pueden comprobar llego a la columna 2000 cargado de dudas. Espero saber despejarlas. 

Publicado en LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS el 15/7/2015

jueves, 9 de julio de 2015

LA AUSENCIA



Me habían hablado de ella, pero jamás imaginé que pudiera ser un sentimiento tan potente. Estoy sentado en un escalón del mirador del faro del Cabo Busto, de espaldas al mar, al que oigo golpear contra la piedra. De mi mochila extraigo una botella de agua para mitigar el calor veraniego. Traigo los ojos cargados de la belleza del camino, de los verdes y los malvas, de los azules marinos y los celestes aéreos. Y, al suspirar, desconozco cómo, vuelvo a percibir su ausencia en todo mi ser. Es un vacío que me resulta de difícil descripción. Es que te falta tanto, tantísimo, alguien que es como si faltase uno mismo. Es una fría oquedad en mi interior. Y me veo incapaz de contener las lágrimas.
Sabía que iba a ocurrir. Era consciente de lo inexorable del final. Es más, imploré, como él, que ocurriera. Estábamos listos. Lo esperábamos. Y recorrimos el último trecho del mejor modo posible. Finalmente, tal como estaba previsto, ocurrió. Y, dentro de lo malo, ocurrió bien. Pues resulta que hoy, cuando ya ha volado más de un mes, nada de ello es consuelo. Y su ausencia no deja de crecer. Porque le intuyo tras una puerta, porque me parece oír su voz, porque escucho el sonido de sus zapatillas arrastrándose por el suelo, porque le recuerdo vivamente acostado en aquella cama, en aquel hospital en el que descubrí el infinito placer de cuidar a un ser querido, porque daría lo que fuera por poder seguir haciéndolo. Lo que fuera.
Es curioso: en sus últimos años él me necesitó a mí. Hoy yo le necesito a él, aunque sea para llevarle la cuchara a la boca, acariciarle el pelo y oírle refunfuñar. Soy consciente de lo que me está pasando, que estoy atravesando un periodo duro y delicado, eso que llaman duelo, que es absolutamente natural. Y quiero suponer que con el paso del tiempo la tremenda herida que llevo dentro cicatrizará, si bien el dolor no desaparecerá del todo. Sin embargo, aún sabiéndolo, no puedo evitar asustarme ante mi indefensión frente a la catarata emocional que se me ha venido encima. Y es que, a pesar de conocer el final del libro, no estaba preparado para darle la vuelta a la última página y cerrarlo.

Publicado en LA NUEVA ESPAÑA de Las Cuencas el 9/7/2015