martes, 9 de diciembre de 2014

AMABILIDAD




Esperé a ser llamado a distancia prudencial. Un par de minutos después, y sin quitar la vista del manual que estaba leyendo, el funcionario hizo un gesto con la mano para que me aproximara. Y, del mismo modo, sin alzar la mirada me preguntó qué quería. Se lo expliqué y deslicé un documento sobre la mesa. Él lo miró y acto seguido tecleó una serie de instrucciones en el ordenador que concluyó con la entrega del papel que necesitaba. Le di las gracias y no respondió. Me despedí cortésmente y no contestó. Y, en fin, me marché de la oficina pública sin haber podido ver la cara de aquella persona, satisfecho por una parte, pues la gestión fue resuelta diligentemente y sorprendido por otra, a causa el extraño comportamiento del funcionario. ¿Cumplió con su cometido eficazmente? Sin duda. Ninguna queja al respecto. Pero qué cuesta mostrar un poco de amabilidad. Lo se, no le pagan por enseñar su mejor sonrisa profidén, ni la administración lo contrató para que fuera afectuoso con los ciudadanos. Pero, hombre, qué menos que levantar la cabeza y saludar a la gente. Que no es plan de ponerse a dar abrazos ni besuquearse con aquellos que acuden en solicitud de algún trámite. Ni mucho menos. Pero un pelín de cordialidad, un gesto amistoso, una mirada franca ayuda mucho a que la relación del ciudadano con la administración resulte más llevadera. Como para cualquier otra cosa. Si el médico te trata con delicadeza, si el abogado procura tranquilizar al cliente, si el tendero atiende de buena gana a la clientela,  la vida se hace más agradable. Y está demostrado que no cuesta nada y que, además, es física y psicológicamente beneficioso para quien lo practica. Y es que da la impresión de que olvidamos con demasiada frecuencia que el resto de la humanidad no está aquí para aguantar nuestros malos humores. Porque no tienen culpa de que hayamos discutido en casa, que suba el recibo de la luz o que nos duelan las muelas. O, sencillamente, de que seamos unos maleducados. 
La verdad es que, pudiendo hacer más llevaderas nuestras relaciones cotidianas es un completo despropósito caer una y otra vez en la hosquedad, el talante torvo y el gesto malencarado. 

LNE de Las Cuencas 1/12/2014

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