jueves, 11 de diciembre de 2014
BUENA CARA
Y en sentido opuesto al individuo del otro día, en la cabina de control de documentación nos topamos con un policía nacional sonriente y bromista. “Si llego a ser un cocodrilo ya te habría mordido”, le dijo a la chica que, distraída, no aguardó su turno tras la línea roja marcada en el suelo. “Bueno, no me quedaría español por morder, porque ni uno sólo se fija en la señal y espera tras ella”. Y se rió. Y la chica rió también. Y el resto de los presentes rió a coro. Pasamos el control y avanzamos entre carcajadas. Porque se pueden hacer las cosas de otro modo, más humano y menos desagradable. El agente podría haber abroncado a la joven y mirado desafiante a los que esperaban en la cola, muy al estilo de los aduaneros rusos, que parecen disfrutar siendo agrios al máximo. Sin embargo, prefirió el ingenio, la distensión y el sentido del humor. El proceso se desarrolló con normalidad, todo siguió su curso, pero esta vez con un grato recuerdo en la memoria y una sonrisa en la cara. Bastantes motivos de tristeza y preocupación sufrimos ya, demonios, como para aún incrementarlos a lo tonto. Que, por cierto, qué clase de mundo hemos creado para haber convertido el viaje en avión en un auténtico suplicio de controles de seguridad y eternas esperas. Que dan ganas de salir pitando del aeropuerto e ir andando.
Creo que ya lo dije en alguna ocasión anterior, pero es que se me hace muy difícil comprender la razón de que un cliente sea grosero con la empleada del supermercado. Es imperdonable y no debería ser tolerado. Porque el cliente, cuando se comporta como un imbécil, no tiene siempre la razón. Y viceversa, por supuesto, que yo no tengo la culpa de que tu jefe te exprima. Seguro que cada uno de nosotros, si busca, halla dentro de sí el motivo para un enfado, para malhumorarse. Quién no tiene problemas y desasosiegos. A quién no le rondan las nubes grises. Cómo no estar inquieto con el panorama que tenemos delante. Es más, fijo que al policía que controlaba la documentación le pesa alguna pena y le asaltan dudas y temores. Sin embargo, tenía asumido que poniendo buena cara se vive mejor.
LNE de Las Cuencas 11/12/2014
martes, 9 de diciembre de 2014
AMABILIDAD
Esperé a ser llamado a distancia prudencial. Un par de minutos después, y sin quitar la vista del manual que estaba leyendo, el funcionario hizo un gesto con la mano para que me aproximara. Y, del mismo modo, sin alzar la mirada me preguntó qué quería. Se lo expliqué y deslicé un documento sobre la mesa. Él lo miró y acto seguido tecleó una serie de instrucciones en el ordenador que concluyó con la entrega del papel que necesitaba. Le di las gracias y no respondió. Me despedí cortésmente y no contestó. Y, en fin, me marché de la oficina pública sin haber podido ver la cara de aquella persona, satisfecho por una parte, pues la gestión fue resuelta diligentemente y sorprendido por otra, a causa el extraño comportamiento del funcionario. ¿Cumplió con su cometido eficazmente? Sin duda. Ninguna queja al respecto. Pero qué cuesta mostrar un poco de amabilidad. Lo se, no le pagan por enseñar su mejor sonrisa profidén, ni la administración lo contrató para que fuera afectuoso con los ciudadanos. Pero, hombre, qué menos que levantar la cabeza y saludar a la gente. Que no es plan de ponerse a dar abrazos ni besuquearse con aquellos que acuden en solicitud de algún trámite. Ni mucho menos. Pero un pelín de cordialidad, un gesto amistoso, una mirada franca ayuda mucho a que la relación del ciudadano con la administración resulte más llevadera. Como para cualquier otra cosa. Si el médico te trata con delicadeza, si el abogado procura tranquilizar al cliente, si el tendero atiende de buena gana a la clientela, la vida se hace más agradable. Y está demostrado que no cuesta nada y que, además, es física y psicológicamente beneficioso para quien lo practica. Y es que da la impresión de que olvidamos con demasiada frecuencia que el resto de la humanidad no está aquí para aguantar nuestros malos humores. Porque no tienen culpa de que hayamos discutido en casa, que suba el recibo de la luz o que nos duelan las muelas. O, sencillamente, de que seamos unos maleducados.
La verdad es que, pudiendo hacer más llevaderas nuestras relaciones cotidianas es un completo despropósito caer una y otra vez en la hosquedad, el talante torvo y el gesto malencarado.
LNE de Las Cuencas 1/12/2014
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