Países de contrastada tradición democrática como Francia y Reino Unido sufren periódicamente protestas, manifestaciones e incluso algaradas. Cada cinco años, más o menos, los extrarradios humildes de las principales ciudades francesas se incendian y proliferan los disturbios. Lo mismo ha ocurrido en las afueras de Londres. Si comparásemos la sociedad con un volcán, la ciudadanía de base sería el magma, que reposa en el subsuelo, circulando ordenadamente. De vez en cuando, el aumento de la presión produce la entrada en actividad, la suelta de humos y vapores indicativos de que algo está sucediendo, avisos de que si no se libera esa presión, la violenta erupción resultará inevitable.
La parte de arriba de las sociedades, las clases dirigentes, tienen tendencia a olvidar qué y a quién representan. La proximidad al pueblo es algo siempre pasajero y éste, de vez en cuando, con aparatosas fumarolas, con sus manifestaciones y disturbios, se encarga de recordar a los de arriba sus obligaciones. No deja de ser una forma de demostración de poder.
Si la clase dirigente reacciona con inteligencia, ante esas señales de alerta actúa abriendo los oídos y escuchando las reclamaciones del pueblo para, entonces, proceder en consecuencia y aliviar la presión. Pero si los gobernantes son estúpidos y su única respuesta consiste en blindarse frente a aquellos que les otorgaron el mando, la presión se incrementará y la explosión será inevitable.
Que la gente se manifieste alrededor del Palacio del Congreso no tiene nada de particular, y menos en las circunstancias actuales. Hay millones de españoles que lo están pasando fatal y es perfectamente comprensible que alcen la voz y expresen su sufrimiento. Y más cuando están pagando la factura generada por la irresponsabilidad de la clase política. Sabemos que estas situaciones suelen ser aprovechadas por los profesionales de la agitación –muchos de ellos, hijos de papá con el riñón bien forrado, a los que jamás alcanzará la reforma laboral o la crisis del crédito- que penetran en la indignación con el propósito de utilizarla para sus fines, pero a día de hoy, si no se hace mucho ruido, los de arriba no hacen caso. Ya lo tienen ahí, a la puerta de casa. Escuchen a la gente, a su gente. Y alivien la presión.
Publicado LNE 28/09/2012
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