¿Quién dijo que este año no tendríamos primavera? Superamos los mediados de julio y se mantiene el clima propio de abril y mayo, con sus nubarrones, tormentas, aguaceros y granizadas, matizados con esporádicos momentos de sol. Los que tienen miedo al cáncer de piel pueden estar razonablemente tranquilos, porque, como no sea arrimándose a la vitrocerámica, lo del tostado epidérmico está complicado. Al menos aquí. Los comercios de moda ya no saben qué exhibir en los escaparates. Desde luego, llenarlos de bermudas y camisetas se me antoja bastante arriesgado. Así es que ves desde bañadores hasta plumíferos, desde chanclas hasta katiuskas. De todo para un verano que se resiste a llegar. Casi mejor, porque no me veo chapoteando en el Cantábrico entre boñigas, que vaya lo que flota en la playa de Gijón. Eso sí, agua a mansalva y mínimo riesgo de incendios, que no todo va a ser negativo, porque tenemos a los pirómanos con las mechas mojadas. Por si acaso, no dejemos de vigilar, porque los tarados siempre están preparados para liarla. Oigan, que para trabajar estas nubes y la moderación térmica no estorban en absoluto. Otros años, a estas alturas tendría el despacho como un asador de pollos. Hoy, mientras escribo, por la ventana entra un aire suave y fresco. Y poco ruido, porque no está el tiempo para alborotar en las terrazas. Lo que les digo, que no todo va a ser malo. Además, me da la impresión de que a los veraneantes retornados que van por ahí presumiendo de bronceado se les está mirando mal, más que con envidia, como con desprecio, para que sepan que, aparte de estar opositando al melanoma, nos parecen unos insolidarios despreciables que desentonan con nuestra piel lechosa. Los únicos morenos que caen bien son los que nos venden la música pirata. Como si no supiéramos que más allá del tunelón del Huerna es posible contemplar el cielo azul. Bueno, y qué.
LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 19/7/2018