jueves, 18 de mayo de 2017

NO ME GRITES



No me gusta Susana Díaz. Me da igual que sea la favorita de la jerarquía socialista mierense –las bases están con Pedro Sánchez. Siempre hubo clases, ya saben-. Y no me gusta por un único motivo: grita muchísimo. Desconozco lo que piensa y lo que dice porque es arrancarse a dar alaridos en los mítines y yo me saturo y dejo de conocer. Y, claro, cambio de canal. Me pasa lo mismo que a los perros con los voladores. Aturullo y busco refugio para mis oídos. ¿Por qué grita esa señora? Una vez me dijo un hombre sabio que a más volumen, menos razones. Y la presidenta de Andalucía parece dispuesta a reventar los sonómetros. Que Pedro Sánchez tampoco lo hace mal, todo sea dicho, y cuanto más eleva la voz más ridículo lo veo. El único que parece más contenido es Patxi López. Lamentablemente, ni en voz baja es capaz de transmitir algo con un mínimo de sustancia. Pero es lo que le pasa a todo el mundo: ponerse a pegar gritos y perder completamente la razón. Fíjense en Pablo Iglesias, por ejemplo, que cuando se comunica con tranquilidad llega incluso a transmitir ideas sensatas, pero es darle el acelerón, subir el tono, atropellarse y soltar majaderías de porrillo. Los grandes líderes mundiales no gritan, salvo Trump. Con esto queda todo dicho. Y desconozco el motivo por el que los asesores y apoyos susanistas no le sugieren que limite el volumen. Quizá sea que en voz baja queda demasiado a la luz la precariedad del contenido. Pero Rajoy lo hace y no le va mal. Dice unas chorradas espectaculares sin molestarse en encubrirlas desgañitándose. Y le funciona. Obama no gritaba. Putin no necesita hacerlo para acojonar al personal. Y los que cortan el bacalao en Europa tampoco gritan. ¿Por qué lo hace usted, señora Iglesias? ¿Le aprieta el zapato? ¿Está un tanto “teniente”? ¿O acaso considera que los sordos somos los españoles? Y si, como se intuye, carece de discurso, es casi mejor callarse que atronicarnos. Y lo haré extensivo al resto: si me gritas, no te escucho.       

LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 18/5/2017

lunes, 15 de mayo de 2017

PIAZZALE ROMA



Amontonados en el vaporetto con dirección al Piazzale Roma viajamos decenas de seres humanos de todas las razas, creencias y nacionalidades posibles. Desde el hueco de la embarcación en el que encontré un buen punto de apoyo observo hombres y mujeres, blancos, negros, asiáticos, cobrizos, árabes, altos, bajos, gordos, flacos, pálidos, morenos, rubios, rizosos, calvos, de todo. El mundo resumido en el sobrecargado vaporetto que cruza el Gran Canal en zigzag, deteniéndose bruscamente en cada parada flotante. A pesar de la estrechura del trance, me interesa la escena y busco miradas recelosas o gestos de desagrado de unos hacia otros. Y no los hallo. Son las nueve y media de una tarde que quiere ser noche, vamos todos cansados, con ganas de llegar a nuestros alojamientos al otro lado de la laguna, dar tregua a los pies y reponer energías. Y el trayecto es la viva imagen de la convivencia necesaria entre quienes estamos unidos por un destino común. Tal como debería entenderse nuestra existencia sobre este planeta. Nos apretamos, abrimos paso cuando alguien se dispone a subir o bajar y nos comportamos con la flexibilidad suficiente para llegar razonablemente bien al final del trayecto. Nadie es más que nadie a bordo del barquichuelo bamboleante. Ningún sentido tienen los empujones ni las reclamaciones territoriales. Finamente, el curso del agua gira a la derecha. Nuestro vaporetto, con la preferencia sobre otras embarcaciones que le otorga su envergadura, cruza decididamente el Canal hacia las tenues luces de la parada del Piazzale Roma. Todos sentimos nuestro destino más próximo. Tras un último golpe, se abre la vía de salida y abandonamos la nave en orden, sin entorpecernos unos a otros, sin avasallarnos. Y, una vez en tierra firme, el conjunto se dispersa en paz. A partir de ahí, cada cual calmará la sed y el hambre a su manera y descansará como mejor pueda. Cada uno despedirá el día a su modo. Y casi todos nos prepararemos para, a la mañana siguiente, hacer coincidir nuestras existencias a bordo de un inestable vaporetto que nos sacude, agita y golpea a lo largo de la sinuosa ruta. Como la vida misma. 

LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 13/5/2017

lunes, 8 de mayo de 2017

HABLAR POR NO CALLAR



Si no es más que una cuestión de matemáticas. Cuanto más hables, más probabilidades tienes de decir chorradas. Porque está al alcance de muy pocos mantenerse siempre certero, coherente y en el punto óptimo. Que, por cierto, es un riesgo que también asumimos los que nos dedicamos a la escritura, con la ventaja de que, entre la redacción y la publicación transcurre un tiempo muy valioso para la reflexión, la reconsideración y la autocrítica. Y aún con todo, se mete la pata que da gusto. Porque somos así, de meninge espesa. Pero hablar es inmediato. Hala, allá te va, como salga. Y hablar de lo que uno domina, pues bueno, reduce las probabilidades de patinar. Pero hablar, hablar y hablar de todo y, además, ponerse uno en plan pontifical, ya sea de política, fútbol, filosofía, economía o labores del hogar, no conduce más que al ridículo. “Hablar por no callar”, que se dice. Con lo bien que está uno calladito y, a ser posible, atendiendo a lo que dicen los que saben de verdad, que son escasos. “Si con tus palabras no eres capaz de mejorar el silencio, no digas nada”. Sabiduría oriental que no acaba de calar entre nosotros. Yo, la verdad es que los tipos inteligentes que he tenido la fortuna de conocer, y han sido unos cuantos, solían ser poco habladores. Actúan como esponjas, absorbiendo lo interesante que hay a su alrededor, analizándolo e interpretándolo. Sin embargo, jamás me topé con un tonto silencioso. Nunca. Y es un problema con el que hay que convivir a diario. Porque si los listos hablasen más y los tontos menos, todos sacaríamos algo de provecho. Pero así, como está la situación, que a más tonto más habla, se dificulta enormemente la posibilidad de aprender escuchando. De ahí la importancia de la lectura. Porque la escritura es la transmisión del pensamiento reposado. Que también puede ser una majadería, sí, pero es estadísticamente menos frecuente e, incluso, también se busca de forma premeditada. Es un hecho que se aprende más leyendo que escuchando lo que se dice por ahí. Por eso cada vez leemos menos y decimos bobadas más gordas. 


LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 7/5/2017

miércoles, 3 de mayo de 2017

LOS CASOS AISLADOS



Bueno, que digo yo que a base de acumular casos “aislados” llegará el día en que el diagnóstico de “corrupción sistémica” del Partido Popular no tenga vuelta de hoja. Que para mí que hace mucho tiempo que no la tiene. Es posible que, allá en nuestro pleistoceno democrático, en el cesto sólo hubiera un par de manzanas con “cocos”. Pero hoy ese cesto está completamente podrido. Un coco, y otro, y otro más y las manzanas sin tratar. Como mucho, cubiertas con un plástico para que no se vieran. Pero cada vez que se descubre, la realidad es incontestable: cojas la manzana que cojas, tiene “coco”. Y mucho me temo que hasta que el PP no haga el ejercicio de mirarse en el espejo y comenzar a llamar a las cosas por su nombre no habrá tratamiento que valga. Lo primero es reconocerlo. Después vienen el acto de contrición, el propósito de enmienda y la penitencia correspondiente, que no se la impone uno mismo, por cierto, por aquello de que se suele ser más indulgente con los pecados propios que con los ajenos.
Si lo piensas bien, es desconcertante que una sociedad democrática elija mayoritariamente ser dirigida por un partido contaminado de corrupción. Y, además, lo hace reiteradamente. ¿Qué opinión tiene esa sociedad del resto de la oferta electoral? Nuestros socios europeos también tienen sus escándalos y sus chorizadas, pero los depuran, se caen del cartel. En España los reelegimos. En España funciona el “pues anda que tú”. En España nos aferramos a lo malo conocido. Porque lo bueno, si es que lo es, tiene una pinta muy rara. Y dice cada cosa que vaya tela. ¿Y quién quiere un gobierno de despelurciados anti todo? Mira los griegos. Con sus mangantes de toda la vida iban malamente, pero iban. Ahora, ni están.
Sólo el rechazo que despierta la oposición puede explicar que el partido político más corrupto de Europa se mantenga en el poder. Es algo desolador. Rajoy y los suyos pueden seguir con la cantinela de que “son casos aislados” mientras la competencia se encerrice en ganar una guerra, en reescribir la historia, en acosar el credo mayoritario, en decirnos cómo hemos de ser. Así, los “casos aislados” nunca dejarán de serlo.  

LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 2/5/2017

martes, 2 de mayo de 2017

SIN CAMBIOS



Hacía por lo menos diez años que no le veía. Y no es que le haya echado de menos, qué va, al contrario. Ya el día en que le conocí pensé: “Este muchacho es tonto”. Y el tiempo lo fue confirmando. Peor aún, la tontería que llevaba encima creció hasta adquirir una dimensión formidable. Porque no era normal toparse con un individuo tan engreído y presumido, tan embebido de sí mismo, tan encantado de haberse conocido, tan fantoche y repelente, tan soberbio y engolado, tan fatuo y altanero. En definitiva, tan tonto. Pero la suerte me fue favorable y el tipo desapareció definitivamente de la pantalla de mi radar. Y la vida mejoró. Porque cuando un estúpido de ese calibre ronda en las proximidades todo tiende a empeorar. Quedó como un mal recuerdo que con el paso de los años acabó en el contenedor del olvido. Hasta que el otro día reapareció. Y se  reconfirmó la afirmación de que la capacidad de cambiar hacia mejor, de evolucionar, sólo está al alcance de muy pocos seres humanos dotados de una inteligencia superior. Pero no es el caso, aunque él se vea muy por encima de la normalidad, instalado por méritos propios en una especie de olimpo de mentes privilegiadas. Diez años después, aquel tonto de entonces se ha convertido en un tonto mayúsculo. Y dada mi torpeza, no supe esquivarlo a tiempo. El mal recuerdo arrumbado en el fondo de la memoria retornó con toda su potencia. El tonto había vuelto y yo estaba frente a él, padeciéndolo y castigándome por dentro por no haber sido más ágil. A un tipo espabilado no le hubiera pasado. Se huele la tostada, hábil regate y ahí te quedas, pelmazo. Claramente, el decenio que transcurrió por su piel y por su pelo no alcanzó al cerebro, tan repleto de idiotez o más que hace diez años. Y, puesto que no pude escaquearme, hallé refugio en la observación del ejemplar, como creo que haría un científico, en sus ridículos movimientos, en su voz impostada, en la basura dialéctica envuelta en papel de regalo que sale de su boca. Se me hizo largo. Muy largo. Pero más largo será devolverlo al olvido.  

LA NUEVA ESPAÑA DE LAS CUENCAS 1/5/2017